lunes, 27 de septiembre de 2010

Relaciones contaminantes


Todos tratamos con alguien que contamina nuestra vida con su negatividad, enojo o amargura.

Esas personas tocan nuestros puntos débiles y despiertan nuestros peores pensamientos y emociones. Intentan imponernos sus penas y frustraciones, y si caemos bajo su dominio, nos volvemos sus víctimas y nos resulta muy complicado liberarnos de ellas.

No siempre podemos evitar a esos seres, pero sí está en nuestras manos evitar que sus malas vibras nos contagien. Para ello, primero debemos aprender a identificarlos. Ellos son:

Los envidiosos. Como no se creen dignos de nada bueno, se dedican a husmear nuestros logros, no para inspirarse, sino para vengarse con críticas y actitudes negativas.

Los descalificadores. Intentan controlar nuestra autoestima menospreciando lo que hacemos o decimos. Pueden alabarnos un día, y al siguiente nos descalifican sin reparos. Agrandan nuestros errores y minimizan nuestros triunfos.

Los falsos. Son los que tratan de esconder su inseguridad fingiendo llevar una vida que no tienen, hablando de sí mismos con superioridad o actuando como víctimas.


Los conformistas. Los que por temor a equivocarse no corren riesgos y se niegan a los cambios. Son personas perezosas, monótonas y sin visión, que nos limitan a la hora de crecer.

Los chismosos. En su afán de agradar a otras personas, revelan nuestros asuntos privados, incluso los detalles más íntimos.

Los perfeccionistas. Insatisfechos crónicos para los que nada ni nadie es suficiente. Esconden su necesidad de ser aceptados creando conflictos, y siendo rígidos y extremistas.

Los manipuladores. Son los que se aprovechan de nuestras debilidades para obligarnos a hacer o decir cosas aunque no queramos.

Los soberbios. Los que con orgullo y autosuficiencia creen tener la razón en todo y con todos. Su amor propio es excesivo y descartan nuestras sugerencias u opiniones.

Esas personas tienen poder sobre nosotros porque no somos capaces de ejercer el nuestro, ya sea por baja autoestima o inseguridad.
Por eso, debemos hacer lo siguiente:

Retomar el control. Al revisar nuestros aciertos y errores, reconciliarnos con nosotros mismos y aceptarnos tal y como somos, podremos elegir mejor a las personas que formarán parte de nuestro entorno. Es decir, cuanto menos nos peleemos con nosotros mismos, mejor nos llevaremos con el mundo.

Conocernos mejor. Cuando no sabemos bien lo que queremos —qué y quiénes son importantes en nuestra vida—, nos resulta difícil determinar cuándo decir “sí” y cuándo “no”.

Revisar nuestras relaciones. Todos tenemos la libertad de decidir con quienes compartir, y no estamos obligados a sostener relaciones que nos contaminan.

Estemos siempre atentos a las personas a las que dedicamos tiempo, a las que dejamos entrar en nuestra vida personal. Siempre hay posibilidad de volver a elegir. Y cuanto antes, mejor.

Liberarnos de expectativas. Cuando pretendemos que alguien sea de cierta manera, nos condenamos a la frustración. Aceptar al otro tal como es nos permite tener claridad mental y emocional para decidir cómo relacionarnos con esa persona. Así no tendremos que negociar cuando sea demasiado tarde.

Siempre está a nuestro alcance fijar límites con respeto, sin dañar a la otra persona ni dañarnos nosotros. Somos nosotros quienes tenemos el control de nuestra vida, y cuanto más orden haya en nuestro pensamiento y nuestras emociones, nos resultará más fácil asumir ese control.

Fuente: Selecciones / por Por Julio Bevione.

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